Los adolescentes no suelen ser como los adultos creemos
Los adolescentes no suelen ser como los adultos creemos
Los adolescentes no suelen ser como los adultos creemos
Judith Warner. ESCRITORA, EE.UU.
Esta
semana, cuando leí en el Science Times el artículo «El mito de la
promiscuidad adolescente desenfrenada, de Tara Parker-Pope, me puse a
pensar en los disparates mediáticos que se escuchan sobre los
adolescentes. Para mí eso no sólo subrayaba el tema del mito versus la
realidad (por ejemplo, los adolescentes tienen menos sexo y más tarde
que hace diez o veinte años), sino que también hacía pensar en las
historias que contamos y en lo que la gente está dispuesta a
escuchar.Dos sociólogas de Filadelfia, Kathleen A. Bogle, de la
Universidad La Salle, y Maria Kefalas, de la Universidad St. Joseph,
ambas especialistas en conducta sexual adolescente, le dijeron a
Parker-Pope que habían hecho muchos esfuerzos para que la gente saliera
de su estado de «pánico moral» y entendiera que los adolescentes no
están en «una espiral descendente» ni «fuera de control». «Simplemente
no lo creen. Es como si una les dijera que la tierra es plana», dijo
Kefalas.Eso me recordó cómo el psicólogo del desarrollo Joseph
Mahoney tuvo que pelear para convencer a la gente de que otra polémica
criatura de nuestros tiempos, el chico con exceso de actividades
programadas, no es tan común, no está tan estresado ni tan ocupado como
solemos pensar. También me recordó la crisis de los varones y lo
difícil que les resulta a los académicos que estudian las cifras de
desempeño escolar de chicos y chicas combatir la convicción popular de
que los varones se están rezagando.En cada uno de esos ejemplos, los
problemas reales -que algunas chicas se precipitan a un sexo muy
prematuro, arriesgado y degradante; que algunos chicos se sienten
demasiado estresados y paralizados como consecuencia de una estructura
implacable; que algunos varones (pobres y pertenecientes a minorías)
tienen un mal rendimiento escolar; que algunos niños tienen servicios
de salud mental deplorables- son objeto de una grosera simplificación
por medio del pensamiento mágico del dogma y la ideología y se los
eleva al nivel de mito.Se pierden los verdaderos matices y
complejidades, los detalles relacionados con qué chicos son los que
sufren o fracasan, en qué cantidades, cómo y por qué, así como qué
podemos hacer al respecto. Todos los ejemplos de la construcción de
mitos infantiles que mencioné, son, creo, proyecciones que permiten que
los adultos evadan cosas. En el caso de las presuntas Lolitas lascivas,
Kefalas analiza con gran claridad ese apartamiento de la realidad: «La
gente no quiere oír hablar del contexto económico, del contexto social»
de la actividad sexual y el embarazo adolescente. «El hecho de que un
chico de catorce años tenga sexo suele ser síntoma de un chico que está
muy deteriorado y lastimado. Los que tienen sexo sin cuidarse son un
grupo bien identificable: son pobres, proceden de hogares con un solo
progenitor, les va mal en el colegio, tienen baja autoestima.El
embarazo adolescente abunda tanto en los Estados Unidos en comparación
con otros lugares no sólo debido a problemas del acceso a métodos
anticonceptivos, sino a que tenemos mucha pobreza. Pero los
estadounidenses no quieren verse como una sociedad pobre. Quieren hacer
del asunto una cuestión moral: ojalá los adolescentes tuvieran mejores
valores.» Ciertos chicos tienen determinados tipos de vulnerabilidad
que los hacen especialmente susceptibles a los elementos tóxicos de
nuestra cultura. Eso es válido en el caso de los que son o no víctima
del estrés y la ansiedad, y en el de quienes tienen o no sexo demasiado
temprano o con demasiado riesgo. Algunos políticas pueden ayudar a los
chicos. Determinados tipos de padres pueden ayudar o perjudicar.Tener
una vida familiar tan atomizada y desconectada que derive en que los
chicos suban a Internet fotografías de sí mismos desnudos y carezcan de
la autoestima necesaria para discernir mejor, es claramente indeseable.También es dañino ser un padre estresado y vertiginoso, agotado
y deprimido. Si los padres no hubiéramos creado un mundo de tanta
presión, si no hubiéramos votado durante décadas a funcionarios que
eliminaron las regulaciones que nos protegían, no estaríamos tan
seguros de que otros padres «drogan» a sus hijos para que tengan un
mayor rendimiento y no tendríamos tanto miedo de la influencia de los
medicamentos.Creo que es hora de dejar de proyectar nuestra disfunción
en nuestros hijos.Copyright Clarín y The New York Times, 2009. Traducción de Joaquín Ibarburu.
Publicado el 9 febrero 2009 en Alumnos, Padres y etiquetado en Padres. Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.
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