Jiddu Krishnamurti. Cartas a las Escuelas.
Jiddu Krishnamurti. Cartas a las Escuelas..
Estas cartas no son para leerse casualmente cuando usted tenga un poco de tiempo que le hayan dejado las otras cosas, ni son para tratarse como un entretenimiento. Estas cartas están seriamente escritas, y si usted se interesa en leerlas, léalas con la intención de estudiar lo que en ellas se dice, como estudiaría una flor mirándola muy atentamente – sus pétalos, su tallo, sus colores, su fragancia y su belleza. Estas cartas deben estudiarse de la misma manera, no leerse una mañana para olvidarlas por el resto del día. Usted debe dedicar tiempo a ello, jugar con ello, cuestionarlo, investigar sin aceptarlo; vivir con ello por algún tiempo; asimilarlo de modo que sea algo suyo y no de quien lo ha escrito.
Publicado el 21 septiembre 2010 en Alumnos, Aprender, Educación, Educación Infantil, Enseñar, Padres y etiquetado en Educación, Krishnamurti. Guarda el enlace permanente. 1 comentario.
Jiddu Krishnamurti y Nitya.
Mi hermano ha muerto;
éramos como dos estrellas en un cielo desnudo.
Él era igual que yo:
la piel tostada por el cálido Sol
en la tierra de suaves brisas,
oscilantes palmeras,
y ríos de agua fresca;
donde son innumerables las sombras,
y hay cotorras y papagayos de vivos colores.
Donde las copas verdes de los árboles
danzan bajo la refulgente luz del Sol;
donde hay dorados arenales
y mares de color verde azulado:
donde el mundo vive bajo el peso del Sol,
y la tierra cocida es marrón mate;
donde el arroz verde
centellea cautivador en las aguas limosas,
y los cuerpos tostados, desnudos, brillan
libres en el resplandor deslumbrante.
La tierra
de la madre que amamanta a su hijo al borde de la carretera;
del devoto amante
que trae en ofrenda vistosas flores;
del santuario a la orilla del camino;
de intenso silencio;
de paz inmensa.
Murió;
lloré en soledad.
Allá adonde iba, oía su voz
y su risa alegre.
Buscaba su rostro
en cada caminante
y a cada uno preguntaba si había visto a mi hermano;
pero ninguno de ellos podía darme consuelo.
Rogué,
recé,
mas los dioses guardaban silencio.
No me quedaban ya lágrimas;
no me quedaban sueños.
Lo busqué en todas las cosas,
en todos los países.
Lo oía en el susurro unísono de los árboles
llamándome a su morada.
Y luego,
en mi búsqueda,
apareciste Tú,
Señor de mi corazón;
sólo en Ti
vi el rostro de mi hermano.
Sólo en ti,
mi eterno Amor,
veo los rostros
de todos los vivos y de todos los muertos.
El Canto de la Vida, 1931.
Krishnamurti 100 años de Sabiduría, Evelyne Blau.
http://seaunaluzparaustedmismo.blogspot.com/